sábado, 3 de agosto de 2024

Cinco

La dignidad se impone a la enfermedad, la estupidez diría mi madre, pero lo precario de mis finanzas, ya no me permiten pagar terapia semanal, ni medicinas, ni psiquiatra mensual, la doctora, una psicóloga comprometida con sus pacientes, viene teniendo sesiones conmigo sin cobrar, por las últimas tres semanas, yo te voy a apoyar me dice, no te voy a abandonar ahora, cuando tengas me pagas, pero yo ya no sé cuando tendré, no se siquiera cuando saldré de esta situación austera, tengo una semana y media sin medicinas, vale decir las pastillas que tomo habitualmente y con obligación desde hace algunos años, cuando decidí dejar de automedicarme y pedir ayuda, estaba en un hoyo oscuro, fue la primera vez que decidí pedir ayuda e ir donde un psiquiatra, otro nuevo, pero esta vez para seguir un tratamiento que me saque de la oscuridad y me devuelva las ganas de vivir y de abandonar mi cama, en esa habitación sin luz y siempre a oscuras, donde vivo, donde me recluyo, donde me escondo, donde me escapo del día, de la noche, donde me escapo de mi sin lograrlo, a punta de somniferos. No puedo seguir viendo a la doctora, un pudor absurdo, pero real, una vergüenza de estar en condición de caridad, un sentimiento de incomodidad, siempre estuve en pleno y total control de mis finanzas, mi cabeza era otra historia.
Ayer viernes, a las cinco de la tarde, la doctora me esperaba puntual, después de yo haber esquivado una sesión anterior, con una excusa sutil pero efectiva, ayer simplemente no pude sentarme frente a la pantalla y darle click al link de enlace de la reunión por Zoom, esa aplicación que se ha convertido en el consultorio en línea e impersonal que finalmente, me acomodó perfectamente, todos los intentos de sentarme en sillones en habitaciones frente a psiquiatras o psicólogos presenciales, han resultado en fracasos, la presencia de gente me intimida, me cohibe, anula todo deseo de abrirme y hablar sobre mis demonios, mis ansiedades, los ruidos y sonidos en mi cabeza, no pude, simplemente vi el reloj con números grandes y en verde fosforescente que esta en mi escritorio, transcurrían con una banalidad exasperante, como todo siempre en mi vida, fue una hora larga y angustiante, extraño sentarme y hablar, simplemente hacerlo sin sentido del tiempo, con la doctora del otro lado de la pantalla, escuchandome, para al final de la sesión, sugerirme lo que debería hacer o en lo que debería pensar, extraño eso, pero siento que es un lujo que ya no puedo darme, no tengo como pagar su servicios, y mi sentido de dignidad, es tan fuerte como la depresión y el desorden bipolar que me han diagnosticado. 
He vivido hasta aquí con desórdenes mentales y una depresión abusiva incontrolable, no puedo permitirme ahora, además, ser objeto de caridad, por no poder mis cuentas, eso sí me convertiría en un resumen del resumen del hombre que solía ser. 
Espero entienda doctora, y espero desde lo mas profundo de mis demonios, de mis fantasmas, de ese vacío que llena mi cabeza, poder volver a terapia pronto, cuando al menos pueda pagar sus sesiones.

domingo, 28 de julio de 2024

Cuatro

Mi viejo pone todas las noches, un par de zapatillas suyos y unos de mi mamá frente a la puerta de entrada, los acomoda simétricos, uno al lado del otro, en caso haya un temblor de madrugada y puedan salir de casa fácilmente, con el calzado adecuado, no hay una sola noche que no lo haga, yo llego a casa a media noche y él me espera sin esperarme, ambos sabemos que yo soy la razón de su desvelo, justo ya me estaba yendo a dormir, me dice todas las noches, me espera con la tetera lista y con la cantidad necesaria de agua para poder prepararme un té que me haga entrar en calor, la calle está helada, con trece o catorce grados todas las noches, yo camino de regreso a casa con los audífonos puestos, escuchando Esto es real gangsta love de Trueno, en bucle, la canción se repite una y otra vez, Trueno y sus rimas porteñas me ponen en un estado de evasión total, la garúa limeña empapa mi cara, mis anteojos, la cabeza grande con los pelos que se caen amenazando, de tenerlos largos hasta los hombros, los he cortado casi al rape, un miedo absurdo a quedarme pelado, sin cabellos que tapen mi cabezota, que nunca deja de pensar, de re pensar, así como mi viejo coloca esas zapatillas cada noche, así me tomo las pastillas todos los días para estar balanceado, verbo horrible que usan el psiquiatra y la psicóloga, zapatillas y pastillas, comprimidos diarios que marcan el momento, mañanas, tardes, noches, y a la cama, que el día se acabó y las horas han pasado sin pena ni gloria, se consumieron como un cigarro que ya dejé y que no puedo volver a fumar, porque algunas cosas no tienen vuelta atrás, ni la nicotina, ni la coca, ni la muerte, ni la muerte.

lunes, 22 de julio de 2024

Tres

Perdón si no estoy nunca para ti, si nunca contesto llamadas, si te dejo en visto los mensajes, perdón si no estoy para el mundo, es que me queda grande la comunicación, el sentido de pertenencia, es que no puedo ser feliz envuelto en abrazos ni papel celofán, en estados de emoji con carita feliz, no puedo responder tus llamadas, contestar tus mensajes, porque no tengo nada que decir, pero si mucho que observar, que entender, me gusta estar siempre atento a la música que fluye mientras escribo, me gusta estar en en este estado lamentable, haciendo equilibrio en el trapecio de circo que son mis días, me gusta cerrar los ojos y dormir arropado en mi polera afranelada, pasar los días ausente, viviendo sueños hilarantes, pero dormido, despertar después, cuando todos abrazan el sueño, y en ese momento sentirme libre , bajo esa noche testigo, y las estrellas centinelas, me siento a mis ansias, con los pies encima del sofá, el salón vacío, los audífonos puestos, escribiendo distendido, con canciones melancólicas y tristes, poniéndome a escribir liberado, flotando en una mar calmo, después de ahogarme en tormentas, en tazas de café cargado. 
Mi padre pregunta, después de haberse sacado la dentadura postiza, mirándome sonriente, antes de desaparecer con dirección a su habitación 
¿ Qué pasa ? ¿ No puedes dormir ? 
Haciendo alusión al hecho de que duermo el día entero, refugiado en mi cuarto.
No le respondo nada, solo lo observo irse por el corredor oscuro.
No puedo vivir, quisiera corregirlo. 

miércoles, 10 de julio de 2024

Dos

Escribo y luego existo, y escribo en los lugares menos esperados, no puedo hacerlo en casa, sentado en mi escritorio, espero que sea la hora indicada y bien abrigado salgo al parque y con ayuda de la aplicación del teléfono móvil, me deslizó como bola de nieve, escribo apartado del mundo, el ruido de la noche me rodea, un ruido blanco que se pierde cuando pongo las canciones del Flaco Spinetta en los audífonos que una tarde casi noche, compré en Gijón, los cascos como le dice mi sobrina, abrigado por sus canciones, escribo y reescribo, dejando constancia de mi precaria existencia, los árboles observan callados y las luces de los faroles iluminan un parque casi vacío, donde puedes encontrar algunos pocos corazones rotos que vienen en busca de respuestas, yo vengo a escribir, porque la escritura de alguna forma cura mis heridas, y las ayuda a cicatrizar, es un ungüento que froto en mi piel, un bálsamo, algunas personas pasean a sus perros que curiosos caminan, sin perderse un olor del paisaje, olfatean todo como si en eso radicara el misterio de su existencia, animales cuadrúpedos, bolas de pelos que alegran días pálidos, yo observó callado mientras sigo escribiendo, la noche se enfría aún más, y mi aliento dibuja bocanadas en el aire, un pobre tipo sin casa, que estaba sentado en una de las bancas de madera, se levanta, quien sabe motivado que urgencias, está sucio y mal trajeado, tiene frío, rebusca en el fondo del respaldo, y luego se marcha derrotado, luchamos la misma batalla, yo con ligera ventaja, abrigado y escribiendo y el perdido y sin palabras. Un gato aparece de entre unos arbustos y fijamente me mira, podría asegurar que esboza una sonrisa tímida, con una elegancia felina se me acerca y se detiene a dos metros, su pelaje es color beige, no deja de mirarme, puede ver lo que yo, instantáneamente nos hacemos amigos, presiento que lo volveré a ver, mientras se va con la cola en alto ganador. Es miércoles y son las once y diez de la noche, veo a la última persona paseando a su perro, lo ha vestido con un suéter canino, el cree que su amigo lo necesita, somos iguales, yo creo que necesito las pastillas y la terapia para no bajar el telón, en escenarios solitarios las personas actúan sin sentido, somos como una sinfonía desafinada, una foto en sepia desenfocada, por allá lo veo dejar el parque junto a su perro, yo me quedo escribiendo, qué otra cosa puedo hacer.


Lima, miércoles 10 de julio de 2024.

lunes, 1 de julio de 2024

Regreso

He decidido volver a escribir, he decidido soltar las riendas de un barco que estuvo encallado en el puerto, un barco casi fantasma que ahora rescato con la complicidad de mi terapeuta, y con la atenta mirada de mis heridas, una sensación de alivio me conquista, pero entiendo que será una victoria pírrica, tan fugaz y volátil como la estela de un cometa en el cielo, porque si hay algo que ha sido consistente en mi vida, es la inconsistencia. Es de noche y hace frío, las bancas de este parque son de madera, alivian un poco la gelidez del ambiente, no queda nadie a las once, sólo algunos perros desorientados, un grillo persistente, y yo, o lo que queda de mi, un resumen de hace un mes, una semana, un día, una hora, el olor a marihuana que dejaron unos muchachos antes de retirarse vencidos, como si estuvieran esperando encontrar el misterio del universo viniendo cada noche, invade el ambiente por unos minutos antes de tenuemente disiparse, yo miro a todos lados, estoy sentado debajo de un poste cuya luz ilumina mi tristeza, y la vereda por la que resueltamente me iré camino a casa, también derrotado, por un día más, una noche más, tecleo frenético en la aplicación del móvil, quiero dejar una constancia, un expediente que confirme que hoy estuve en este planeta, deambulando en casa y después en el parque, necesito confirmar que estoy vivo, porque después de tantos atardeceres pálidos y noches frías, la vida se me revela como un silencio de redonda, cuatro tiempos que se repiten, y repiten, porque al final, quién sabe, realmente no estoy vivo y esto no es registro de nada, y de todo, y de nada...


viernes, 27 de marzo de 2020

13 Días

Trece días en aislamiento, trece días de ausencias, trece días que van desnudando ansiedades, temores, fobias, trece días de introspección y música melancólica, sin salir de casa, siendo visitado por viejos amigos, viejos fantasmas, olores, sabores, colores que se instalan y toman control, la casa es suya ahora, trece días de querer salir, pero sin saber exactamente a donde, huir lejos, correr frenéticos y sin rumbo, sin saber porqué, trece días de encierro sabiendo que vendrán muchos más, y sabiendo también que aun cuando se pueda salir y abandonar la casa, no podré salir, seguiré queriendo dejar el encierro, trece días sabiendo que cuando esté libre y pueda caminar por las calles, no estaré libre, seguiré preso, atrapado, reducido, seguir siendo un resumen de mi hace una año, un mes, una semana, un día, una hora, trece días de cafes y sin poder siquiera fumarme un cigarro liberador, dejar ir las ansiedades a grandes bocanadas, de noche, bajo las estrellas, de día, bajo ese cielo despejado y libre de polución, trece días envuelto en llamas y sin coca colas, sin verles las caras pero escuchando sus conversaciones, sus risas, trece días intacto, sin haber sido tocado ni por tus besos, sin la fuerza del corazón ni cumpleaños feliz, destellos de luces que se van apagando al final de la taza, cuando ya casi no queda café y lo que queda, es un líquido oscuro y frío, trece días sabiendo que vendrán muchos más, y que esta pandemia no termina aquí y no comenzó hace trece días. Con la certeza de haber vivido una eternidad en un instante, en dos, en tres, en cuatro, con la certeza de sentarme a escribir frente al teclado, dejar un expediente, un recuento de daños, trece días de observar a los perros deambular desorientados y felices por las calles, hurgando las bolsas de basura y rascarse los lomos contra el pavimento o el gras del parque enfrente de mi ventana, árboles mudos y sonrientes, me miran sabiendo que ellos quedarán, trece días de encierro voluntario con los militares y la policía esperando en las esquinas, trece días en Lima.

domingo, 8 de marzo de 2020

Un Viaje

Lo que estoy a punto de contarles es la historia de un viaje, un viaje largo, de esos que te llevan lejos, hasta lugares que nunca pensaste llegar, y que una vez ahí, pierdes el rumbo, pierdes el contacto con la realidad que te rodea, y tratas de retomar el camino a casa,  pero no puedes, algo te detiene, no sabes que es en un principio, pero poco a poco, lo vas entendiendo todo, y ese lugar es como un gran desfiladero, de dónde nunca dejas de caer, y lo haces sin gracia, sin estilo, tratando de aferrarte a cualquier cosa que te pueda servir de ayuda, pero es en vano, la caída es permanente, y una vez en el fondo, permaneces, simplemente estás, nada te mueve, salvo la inercia hacia el suelo, que no te deja levantar, y que ejerce una atracción terrible, y esa atracción tiene color, es oscura, negra, y a veces es gris, y cuando menos lo notaste, ese color te invade, y todo es oscuridad, y la claridad se va, y regresa en contados momentos, y cuando lo hace, te recuerda dónde estás, y tu quieres moverte y salir del fondo de ese desfiladero, pero no puedes, estas atrapado, y permaneces ahí, contando, los días, las horas, los minutos, los segundos resuenan como campanadas en el silencio del día, les voy a contar la historia de un viaje, el viaje hacia la depresión.
Yo era un hombre, tenía un trabajo, viajaba por el mundo, soñaba, me reía, y cantaba canciones mientras me acompañaba con la guitarra o el piano, fumaba a grandes bocanadas de efímera felicidad, me comunicaba en un idioma diferente, sonreía todo el tiempo, mi trabajo lo requería, siempre vestir la sonrisa como parte de tu uniforme, saludaba y amigable y cortes, tenía personal a mi cargo y llevaba dos galones encima de mis hombros, navegaba por el océano, era tripulante de un sueño. Ahora soy la mitad de ese hombre, y a veces la mitad de esa mitad, un día perdido entre las nebulosas de mi infelicidad, le dije adiós a los mares, y decidí quedarme en tierra, pensando que así, la felicidad, que me había sido esquiva, llegaría y se quedaría para nunca irse, pero un accidente en el aeropuerto, fue el detonante para esta parálisis emocional, estuve en cama por casi dos meses, y cuando por fin logré levantarme, ya fue tarde, el proceso había comenzado, nunca más volví a ser el mismo, perdí la voluntad de vivir, perdí el fulgor, y me consumí lentamente como un cigarro, no había retorno.
Ahora mismo, escribo después de haber estado cuatro días encerrado en mi habitación, sin dejar la cama, cuatro días en los que me he ido consumiendo lentamente, sin contacto con la realidad, despertando simplemente para tomar los somníferos que me harán volver a dormir, despertaba a las dos de la mañana, tomaba un baño y regresaba a la cama, sin noción de nada, sin ganas de dejar las cuatro paredes que guardan mi cama y mis guitarras, en un ataque de cordura hoy pude dejar la cama y salir a tomar aire, y sentado en este café empezar a escribir esta historia, que espero me ayude a exorcizar esos demonios, esos lazos que me atan al desfiladero en el que caí y no puedo abandonar. 
El miedo ha gobernado mi vida, pero de todos los miedos, el peor, el miedo a ser feliz, una fuerza bruta que te golpea con todo y no te da tiempo a reaccionar, el miedo a arriesgarme, miedo a tomar la ruta, a estudiar lo que quería, miedo a ser yo mismo sin sentir remordimientos, miedo a decir no, y decir que si, miedo a saltar sin paracaídas y simplemente dejarme llevar por el viento, miedo a amar y sentirme amado, miedo a vivir. 
La depresión es como una droga, aparece cuando eres muy joven, una vez que la conoces no puedes dejarla, te atrapa, te envuelve, se sube encima tuyo, y se convierte en una carga pesada, que poco a poco te va consumiendo, eres consciente de lo que hace, quieres sacarla de encima, pero no puedes, ya está metida, enquistada, como un tumor que va creciendo, intentas manejarla, tomas pastillas, vas a terapia, pero es tarde, es un auto de carreras, no puedes manejarlo, estas en camino a colisionar, y ese conocimiento es un alivio, saber que finalmente todo acabará, que te matará y que toda esa angustia terminará, pero justo cuando crees que todo llega a su fin, y ya le perdiste el miedo a la muerte, afloja, te permite reaccionar, te da un periodo de tregua, pero no se va, permanece ahí, escondida, agazapada, esperando el momento indicado para feroz atacar de nuevo, y cuando lo hace, no hay salida, vuelves a caer en la vorágine de los antidepresivo que poco poco te hacen menos efecto, hasta que un día, te hartas de andar dopado, y ya no quieres tomar más pastillas para la felicidad, te sientes fuerte, rebelde, y ese es su triunfo, sin saber cómo ni cuando, terminas encerrado en tu habitación, renuncias a tu trabajo, renuncias a tu familia, renuncias a la luz del día, y caes de nuevo sin detenerte. La depresión gana siempre.
Pierdes la capacidad para ver el verdadero significado de las cosas, todo te parece pálido y sin color, el amor de las personas que te quieren te agobia, se transforma en un sentimiento de culpa, que no puedes dejar de fluir, quieres alejarte de todos, y que todos se alejen de ti, el aislamiento comienza de manera tímida primero y poco a poco pierdes contacto con el universo que te quiere, no lees sus mensajes, sabes que te han enviado decenas de ellos, apagas las notificaciones de tu teléfono, no quieres saber nada de nadie y no quieres que nadie sepa nada de ti, la felicidad ajena te irrita, cierras tus cuentas en redes sociales porque no quieres ver más fotos de gente sonriente, todos saben que la estás pasando mal, pero todos saben también que no quieres ayuda, que en ese estado aveces es mejor dejarte tranquilo, algunos creen que sufres porque quieres, otros lo entienden, pero te quieren ayudar desde un parnaso moral, mirándote desde arriba, y simplificando tus angustias, sin entender siquiera, que estás enfermo, que no tienes control sobre nada, que la depresión no es un estado voluntario, que es una condición clínica, que si se desarrolla a los niveles en los que estoy, empieza a mutar en paranoia, en autodestrucción total, y que cuando eso llega, es el fin, no hay retorno, todo se nubla, y las pastillas ya no son para la felicidad, sino para el control de daños, para mantenerte sedado, sin la posibilidad de poder hacerte daño o hacerle daño a los que te rodean. Pero como el Alzheimer, la depresión tiene momentos de certera lucidez, en los que tomas cuenta de la situación, del estado lamentable en el que estas, y esos momentos son terribles, reconocerte en el espejo, y ver que eres un resumen de quien eras hace un año, hace un mes, una semana, todo se sucede como un espejismo, te prometes esta vez salir del fondo, haces planes y diseñas tu estrategia para retomar el control de tu vida, pero así como se manifiesta la  excitación por un futuro libre de angustias, así mismo, se va por dónde vino, y con la misma rapidez con la que planeaste los primeros pasos para independizarte de este peso, te sumes en contradicciones, fobias, temores, y todo regresa a su cauce, el de un río caudaloso que arrastra todo, y que te arrastra a ti con el. Estas enfermo.
No ha habido un momento de mi enfermedad en el que no me culpe por todo, en el que no me sienta aturdido por la presión de ser el mejor, el peor, el primero, el último, he perdido la seguridad, mi capacidad para quererme, mi capacidad para creer en mi, creer en ti es una capacidad que toma tiempo desarrollar, una vez que la tienes, te sirve de motor para lograr cualquier cosa que te propones, la depresión la ataca hasta destruirla, es su primera victoria, un hombre que no cree en si mismo, es como un barco de papel a merced de las olas y del viento, en medio del océano, es lo primero que pierdes cuando la enfermedad te ataca. 


Lima, 8 de Marzo de 2020


Cinco

La dignidad se impone a la enfermedad, la estupidez diría mi madre, pero lo precario de mis finanzas, ya no me permiten pagar terapia semana...